Cultura

El crudo periplo de un joven afgano hacia Europa, contado por un argentino que vive en Alemania

"Como Shabanali, millones creen que van a llegar a estas tierras y los problemas van a desaparecer", analizó Rodrigo Díaz en una charla con LA CAPITAL. El sueño de "libertad", el resurgimiento de la extrema derecha, la discriminación como una constante y bienestar económico versus calidad de vida son algunos de los temas que se desgranan en "A través de la noche", novela de no ficción, la tercera del autor y la que "más me costó publicar".

Por Claudia Roldós

“Hay una voz omnipresente que nos repite que solo la vida que se puede desarrollar en un centro de poder merece la pena”. La reflexión es de Rodrigo Díaz, el escritor argentino que, desde Colonia (Alemania), escribió la novela de no ficción “A través de la noche”, el crudo relato del joven afgano Shabanali Wafadar Ahmadi –Shaw– y de su compañero de travesía por los bordes de Europa –Hussein–. En la historia de estos chicos, Díaz encontró la forma de cumplir cabalmente el objetivo que se había planteado: escribir sobre motivaciones, experiencias, peripecias, de personas buscando refugio en Europa. Y, a la vez, mostrar el contraste entre la utopía y la realidad, aún en situaciones como las de este joven que, con solo 12 años, emprendió una huida de su pueblo, de su destino de heredar el oficio de su padre, de la obligación de practicar una religión, de la violencia extrema.

La novela cuenta el periplo que lo llevó por Irán, Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría, hasta llegar a Austria, luego de haber atravesado el este de Europa a pié, escondido en autos o colectivos, casi siempre de noche, tras varias deportaciones, habiendo pasado noches en cárceles horribles, habiendo estado al borde de la muerte intentando colarse en un buque, o casi ahogándose en un río, sufriendo robos, miedo, amenazas, discriminación.

El autor

Nacido en Tandil y después de haber pasado parte de su infancia en Salta, la familia de Rodrigo Díaz se instaló en Mar del Plata, donde el autor estudió Letras y vivió hasta 2007, cuando emigró a Alemania donde continúa radicado.

“A través de la noche” es su tercera novela y la que más le costó publicar, según compartió en una charla con LA CAPITAL en la que la historia de Shaw se combina con el resurgimiento de la extrema derecha en el mundo, la discriminación, el bienestar económico versus calidad de vida, la idealización de Europa, entre otros temas.

“A través de la noche”, publicado por Ilíada Ediciones, está disponible en Amazon.

La historia

En el proceso de entrevistar personas “que habían llegado a Europa en las peores circunstancias posibles”, Díaz se topó con Shaw. “Su historia era tan impactante y tan increíble que entendí que había que contarla. Si quería darle una voz a toda esa gente, la historia de Shabanali era una herramienta perfecta. Así que escribimos el libro”, contó el escritor. Shaw nació en el país que continúa en el último puesto del “Ranking de felicidad” que elabora cada año la Universidad de Oxford, es decir, sigue siendo el país menos feliz del mundo.

Cuando se embarcó en el proyecto, pandemia de por medio, confiaba en la relevancia del tema. “Con el libro ya terminado, no le resultó sencillo encontrar una editorial que se interese. “‘A través de la noche’ es el tercer libro mío que sale a la luz y, por mucho, el que más me costó publicar. Nadie se interesó, cosa que me sorprendió bastante”, reflexionó. Demoró otro año y medio en dar con Amir Valle, escritor cubano radicado en Berlín, fundador de Ilíada Ediciones, quien decidió publicar la novela.

—¿Cuántos factores se combinan para que un niño emprenda, solo, un viaje de Oriente a Europa? ¿Cierta inconsciencia, un entender que no tenía futuro, un sueño de ‘libertad’?

Creo que hay varias cosas que influyen en una decisión de este tipo. El carácter de la persona en cuestión, sus posibilidades económicas, el acceso o la falta de información. Más allá de lo circunstancial y de lo inherente a la persona, hay influencias que tocan a todo el mundo. A Shabanali se le transmitió de infinidad de maneras que su país y su cultura no valen la pena. Que solo podía ser feliz si se iba. Y ese mensaje lo recibimos siempre, sin importar en qué lugar del mundo vivamos. Hay una voz omnipresente que nos repite –aunque no se pueda decir explícitamente porque sería de mal gusto– que en realidad solo la vida que se puede desarrollar en un centro de poder merece la pena. Y lo peor del caso es que la pobreza y la precariedad que pueda existir en los países que no pertenecen a esos núcleos de poder global (como Afganistán) no se ponen en relación con la abundancia existentes en los países que sí pertenecen a la élite (como el lugar en el que vivo), ni con los métodos que se utilizan para conseguir esa abundancia, ni con la historia de esos métodos, tan plagada de injusticias y de violencia.

Veo en la decisión de abandonar su familia cierta desinformación e ingenuidad infantil (las cosas acá en Europa no son tan positivas como le habían hecho creer y su familia tal vez le brindaba más de lo que él había percibido), combinado con acceso a información muy precisa (él sabía que era posible llegar, que había gente moviéndose entre fronteras). También veo las consecuencias de una mirada occidentalizada (el fenómeno es más amplio que el eurocentrismo) y de una manipulación muy efectiva que se lleva a cabo tanto sobre los habitantes de países que no pertenecen a los centros de poder global como sobre las personas que sí pertenecen a esos núcleos.

“El nacionalismo alemán es más teórico, o más específico. Está dirigido contra el extranjero. El argentino no es nacionalismo propiamente dicho ya que está dirigido contra el extranjero pobre” analizó Rodrigo Díaz. Foto: Hannah Schareck.

—¿Te sentiste identificado?

Desde que vivo en Colonia, Alemania, he podido ver este sistema funcionando desde el otro lado. Así me di cuenta de que toda la vida me habían estado repitiendo que yo había nacido en un lugar de segunda categoría y que, si mi interés era la cultura, la vida de verdad estaba en Europa y si lo que quería era dinero y un estándar de vida acomodado, era Miami. Y una parte mía había llegado a creerlo. En mi caso, fue necesario que me instalara en uno de estos centros de poder para darme cuenta de esta manipulación y de las terribles consecuencias que conlleva. Solo viendo lo que hay acá, pude entender que la desvalorización de lo que hay allá es sobre todo una herramienta para dominar. Y sé que no soy un caso aislado.

—En la primera parte de la novela, cuentan la situación político-social de Afganistán, la ola inmigratoria permanente que genera, las fricciones entre pueblos limítrofes, las diferencias entre afganos e iraníes, que no los quieren en su país. ¿Creés que se puede hacer un paralelismo o comparación con lo que sucede en América Latina?

Creo que, lamentablemente, se puede hacer un paralelismo con todo el mundo. Acá mismo la AfD, un partido de extrema derecha, fue la segunda fuerza más votada por miedo a la inmigración. Yo trabajo en la Universidad con gente joven y privilegiada. Gente que, por la etapa de su vida y por su proveniencia social, uno esperaría que tuviera cierta tendencia a ideologías más bien de izquierda. Bueno, no es tan así. Y esto en una de las ciudades con inclinaciones más sociales de este país y en un país con una riqueza espeluznante, pero con un reparto paupérrimo. Si mis alumnos están preocupados porque sus privilegios y su vida holgada no son suficientes, no tendrían que mirar hacia la gente que busca refugio, sino un poco más hacia arriba.

Tanto en Alemania como en Argentina parece que se quisiera volver a principios del siglo XX con un nacionalismo exacerbado y xenófobo, en el que pocos jugadores se reparten los recursos. Y, en Sudamérica, esta resistencia al cambio de modelo yo la veo en la relegitimación de la riqueza privada, de los ricos, sean propietarios de la tierra o de los servicios de venta digitales. Pero hay una diferencia importante. Yo creo que el nacionalismo alemán es más teórico o más específico. Está dirigido contra el extranjero. El argentino no es nacionalismo propiamente dicho ya que no está dirigido contra el extranjero en sí, sino contra el extranjero pobre. Se discrimina al extranjero porque es justamente la cristalización más visible de la precariedad y la pobreza. No porque sea extranjero.

—¿Cambió la visión de Shaw de esa Europa de la que le hablaban de chiquito? ¿Y la tuya?

Europa es muy chica pero muy grande también. En un espacio muy reducido, se agrupan muchas culturas y muchas realidades diferentes. Lamentablemente, lo que no difiere es el resurgimiento de una derecha bastante extrema, fenómeno que se ve ahora en todo el mundo. Yo veo ahí una reacción. Ahora, la intensidad de esta reacción y las consecuencias que tiene son diferentes en cada país europeo. Hoy, en Europa y sobre todo en Alemania, hay miedo. Un miedo por momentos irracional, según mi parecer. Y a mí este miedo es lo que me da miedo. Yo creo que, de este sentimiento, pueden surgir las grandes violencias y hasta las grandes catástrofes de un futuro no muy lejano.

“Todos te quieren comprar, todos te quieren vender”

—En el relato aparecen bastante los ‘kachakbar’, que describís como traficantes de personas, pero que Shaw parece naturalizarlos, como gente que les da un servicio. ¿Cómo analizás eso?

Esto es algo que me sorprendió bastante al empezar a entender la historia de Shabanali. Cuando le preguntaba al respecto, él me repetía: “Allá todos somos ‘kachakbar’. Todos te quieren comprar, todos te quieren vender”, cosa que yo no entendía del todo. Con el tiempo me quedó claro que, si bien la figura del ‘kachakbar’ es la de alguien que se dedica al tráfico de personas y gana su sustento de esta manera, no son los únicos implicados en los movimientos de gente. Como la sociedad afgana está hace más de cuatro décadas en conflicto permanente, la movilidad de personas al margen de la ley es algo muy estandarizado. Shabanali me contó que algunas de las enseñanzas de vida que su padre le dejó eran consejos para huir de un lugar. Así como en Argentina se enseña a saludar o la importancia de hablar idiomas, en Afganistán le enseñan a las niñas y a los niños a huir. Esto ha generado todo un aparato informal que se maneja, no solo con el intercambio de dinero (lo propio de un ‘kachakbar’), sino con el intercambio de favores. “Vos recomendame acá, yo te recomiendo allá”. “Mirá, te traigo dos personas más. ¿Qué precio me hacés a mí?” y ese tipo de cosas.

—En el relato de Shaw y otros migrantes que se cruza en el camino, se desliza un peor concepto de España que de otros países. ¿Percibiste la diferencia enorme de opinión con respecto a Latinoamérica que la tiene como principal destino de emigración? ¿Cómo lo ves?

Sí, claro. Pero entiendo las opiniones que escuchó Shabanali a lo largo del camino. Si bien España pertenece a lo que, en el imaginario colectivo, se reconoce como la “Europa civilizada”, debe ocupar, sino el último, el penúltimo lugar en esta lista, por varias razones. España transitó una de las dictaduras fascistas más largas y más recientes del continente que solo se terminó cuando se murió el dictador. Y es una economía bastante más inestable que la de los demás integrantes (con excepción de Italia, Irlanda y Grecia, tal vez).

Dos años antes de que Shabanali emprendiera su viaje a Europa, la economía española había entrado en una crisis muy profunda. En el 2012, dos años después del viaje, la Unión Europea votó algo así como un salvataje económico para el país (cosa de la que los argentinos lamentablemente conocemos un poco). Además, gracias a los enclaves de Ceuta y Melilla y a las islas españolas que se encuentran frente a territorio africano, el país tiene bastante inmigración ilegal africana. Este no es un dato menor si uno es un migrante forzado y tiene que pensar dónde le será más fácil encontrar un lugar que lo acoja. Entiendo las opiniones que Shabanali fue escuchando. Aunque también nos entiendo a quienes venimos de Latinoamérica, claro. Y España es hermosa.

“A Shabanali se le transmitió de infinidad de maneras que su país y su cultura no valen la pena. Que solo podía ser feliz si se iba. Y ese mensaje lo recibimos siempre, sin importar en qué lugar del mundo vivamos”.

—¿Cómo definís a Shaw después de todo el tiempo que pasaste con él? ¿Conserva la esperanza que se percibe en su relato, a pesar de todo lo que pasó?

Hay algo en Shabanali que, definitivamente, solo puede definirse como inocencia, o como candor, o como una alegría y una esperanza inclaudicables. Y todo eso lo sigo percibiendo en él hoy en día. Pero Shabanali sufrió bastante. Desde siempre. Abandonó a su familia con solo doce años porque la situación se le hacía insoportable y antes aún había pensado en quitarse la vida. Hay algo muy maduro y, lamentablemente, desconsolado que atraviesa la vida de Shabanali. Y creo que eso sigue estando en él. Europa era una gran esperanza. Él y millones como él creen que van a llegar a estas tierras y los problemas van a desaparecer. Y, en parte, es cierto. Acá no sufren las persecuciones que sufrían (sufren otras, menos mortíferas, pero bastante dañinas también), ya no pasan hambre. Pero aparecen problemas nuevos y hay otros que siguen ahí y que, para sorpresa de muchos migrantes, se resisten a desaparecer. Me imagino que esto ha sido una decepción bastante grande que le ha marcado el carácter. Una desilusión, digamos. Pero Shabanali es fuerte. Y es alegre. Así que por suerte, sí, sigue siendo el mismo.

—Él dice que cuando más libre se sintió fue en los campos de Serbia. Es un momento en el que tenía solo lo puesto, hambre, un cansancio indescriptible, miedos e incertidumbre y estaba atravesando el país de noche, sin conocer el idioma. ¿Te hizo pensar en tu noción de libertad? ¿En las diferentes concepciones de libertad?

Sí, yo creo que esa parte del relato es muy bonita. Es un poco un cliché, pero no por eso deja de ser cierta. Además, Shabanali es alguien al que le importan mucho las maneras. Esto es, por supuesto, un rasgo que se puede considerar muy positivo, pero en Austria y en Alemania, puede ser un poco opresivo. Estas sociedades generan mucha presión y muchos miedos en relación con “lo que está bien visto”. Y si uno de por sí se preocupa bastante por cumplir con las expectativas del grupo, esto va a generar mucha presión y a desmejorar la calidad de vida drásticamente. Yo veo en esta presión y en esos miedos la razón para que, a pesar de las comodidades económicas, no haya una mejor calidad de vida en estos países. Según mi experiencia, a pesar de la inestabilidad y las dificultades financieras, en Argentina se vive bien. Se disfruta mucho más la poca estabilidad que se tiene. Entonces, en su viaje a través de los bosques, después de sentirse oprimido por su familia y antes de sentirse oprimido por la sociedad austríaca, no me resulta extraño que Shabanali se haya sentido extremadamente liviano. Sin tener que rendirle cuentas a nadie. Sin tener que cumplir ninguna expectativa.

Rodrigo Díaz. Foto: Hannah Schareck.

Hussein y una confesión

—¿Siguen sin saber el destino de Hussein?

Pregunta difícil que hace necesaria una confesión. En el libro, para mí, era muy importante no inventar nada y todo lo que se dice en la novela es verdad, salvo la separación con Hussein. Desde la primera vez que Shabanali mencionó a Hussein en su relato, yo le pedí que intentara contactarlo. Sin haber dado con él, seguimos adelante con las entrevistas y con la escritura y yo terminé la primera versión del libro. Se la envié a Shabanali para que la leyera y él me citó, unas semanas después, en el Café Central de Viena para darme su veredicto (es algo así como el Tortoni en Buenos Aires, Shabanali es bastante histriónico para esas cosas).

Me dijo que tenía una buena y una mala noticia. La buena era que el libro le había encantado y que reconocía ahí su historia (este visto bueno era para mí muy importante). La mala era que creía que Hussein había muerto. Había intentado dar con él por todos los medios y nada había resultado. Hussein estaba desaparecido. Yo había hecho algunos intentos y tampoco había logrado nada. Yo jamás había cruzado una palabra con Hussein, pero había escuchado durante muchas horas los relatos de Shabanali sobre su viaje entre Grecia y Austria. De alguna manera, sentía que lo conocía y había llegado a apreciarlo.

Justo cuando estaba entrando al departamento que había alquilado con mi familia en Viena, Shabanali me llamó por teléfono. Me dijo que Hussein estaba vivo y acababa de hablar con él. La alegría fue grande. Primero, nos reunimos los tres por videoconferencia y charlamos un rato. Así empecé una serie de charlas con Hussein que llevaron a que reescribiera el relato del viaje entre Patras (Grecia) y Viena (Austria). Como él había planeado esa parte del viaje, lo recordaba perfectamente. Todo lo que me contó fue de un incalculable valor.

La cuestión es que él no quería que la gente supiera quién es ni dónde está. Quería que dijéramos que no lo habíamos encontrado. Y así lo hice. Enmascaré los recuerdos y las percepciones de Hussein en las experiencias de su amigo. Me permití esta mentira solo porque él me lo pidió. ¿Y por qué lo cuento ahora? Porque había prometido mantener informado a Hussein de todo lo que pasara con el libro. Y le escribí para contarle cuando el libro estaba por salir. Entonces Hussein me llamó, me dijo que se alegraba mucho y que ya no le importaba ser puesto en relación con esta historia. Yo le pregunté qué quería que dijera exactamente si alguien me preguntaba al respecto. Él me respondió que dijera la verdad.

Calidad de vida

—¿Estás con otro proyecto de novela?

Acabo de terminar la novela de ficción que quería escribir cuando entrevistaba informantes y me topé con la historia de Shabanali. Todavía no sé qué vendrá después.

—Habías estado en la gestación de un grupo cultural de escritores/artistas allí. ¿Cómo sigue?

El Grupo Lautaro funciona muy bien. Los dos últimos años hicimos dos festivales con música, artes plásticas y literatura. En el 2024 unas cuatrocientas personas visitaron el evento musical y otras cuatrocientas personas visitaron un bunker de la segunda guerra para ver las exposiciones y escuchar las lecturas. Siendo que todo esto es en un idioma extranjero, para nosotros fue en éxito enorme. Ahora seguiremos trabajando, aunque este año nos lo estamos tomando con bastante clama. Los dos últimos festivales fueron muy agotadores.

—Samantha Schweblin dijo en alguna entrevista algo así como que en Alemania le salía más barato –o le costaba menos– tener el tiempo para escribir. ¿Qué pensás? ¿Cuál ha sido tu experiencia?

Sin ningún lugar a dudas, hacer en Alemania es mucho más fácil que en Argentina. Hacer en general, escribir un libro, comprar una casa, irse de vacaciones. Acá hay mucho más poder adquisitivo y mucho más tiempo libre. Ahora, repito que esto no implica necesariamente una mejor calidad de vida. Tanto el poder adquisitivo como el tiempo libre cuestan bastante caros y se pagan con miedo y con un malestar bastante cargado. Las presiones sociales en este país son, sin duda, más grandes que en Argentina. Yo creo que, aunque suene también un poco a cliché, allá es más fácil disfrutar de lo poco que se tiene y, a veces, hasta de lo que no se tiene.

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